"Campasola", de Miguel Ángel de la Calle Villagrán

04.04.2019

Aquel día, como todos, Padre había salido con las ovejas por la calle de arriba, camino del abrevadero, para después salir por el camino de la Dehesa, hacia las tierras del bodón Árbol. Nunca supimos, hasta donde llegaba la herida que la batalla del Ebro le había dejado en el cuerpo y en el alma. El campo, las ovejas, los seis hijos y madre fueron la crema que ocultaba aquella herida.

Era un agosto del 58, tal vez del 59. Mañana veraniega, cielo azul por las tenadas. La Leonor sale a la puerta, tiene que hacer la colada. Saca los baldes de ropa, saca el carro. Pasa la cigüeña en vuelo y en el corral los corderos, lloran ausencias de madre.

- ¡Hala hijos ! ¡Nos vamos al lavadero!

- ¿Dónde está Alfonso, Miguel?

- No sé, madre. En la puerta de la tía estaba, pero no está.

- ¡Segundito, hijo! ¡Mira donde la abuela, mira en el frontón, mira en la plaza!

Alfonso no aparece. No está en el frontón, no esta en la plaza, ni con las abuelas, ni con las tías.

- ¿Habéis mirado en el corral, en la cija, en el sobrao?

Luce el sol y la angustia se apodera de los ojos de la Leonor.

- ¡Ay mi hijo, a ver si se ha ido por ahí y se ha caído a un pozo! ¿Que sólo tiene 4 años!

- ¡Segundito, hijo, sube a la cuesta a ver si le ves!

Segundito vuelve corriendo.

- ¡Madre, por el camino de la Dehesa, se ve algo amarillo!

- ¡Es él, es él, lleva una blusa amarilla!

Suben todos presurosos hacia el corral de la Vale, desde allí se puede ver el camino.

¡Es él, es él, ya va por el pino de la Cigüeña! ¡Coge la bicicleta, hijo, corre, vete a por él, que por ahí hay muchos pozos!

La angustia se congela en la voz de la Leonor. A la puerta de la tía Marcelina esperan todos.

Pasado un largo instante, vuelve Segundito con la bici y con Alfonso. Éste trae las piernas abiertas para que no le pillen los radios de la rueda.

Orgulloso, satisfecho, sudoroso, Segundito. Alfonso contento, feliz, con su pelo rubio, casi albino, ajeno al mal rato que todos habíamos pasado. Ajeno a las lágrimas de madre. Aún con la angustia en la garganta madre le decía : ¡Hijo! ¿a dónde ibas? ¿Buscabas a Padre?

Alfonso no contestaba.

Al tío Elías, que también apareció por allí, se le ocurrió comentar: "Qué jodío chico, éste va a ser un campasola". Nos hizo gracia y hubo un tiempo en que Alfonso pasó a llamarse Campasola.

Pocos días después de aquel susto, volvió la alarma.

- ¡Ay este chico, dónde se habrá metido!

Y de nuevo la angustia de madre.

- ¡Mirad en la cuadra, en la cija, en la calle, en la plaza, que no puede estar lejos!

De pronto alguien gritó: ¡Esta en la chimenea, se ha subido a la chimenea!- 

¡No te muevas, no te muevas! Le suplicaba madre.

- ¡Subid vosotros, Segundito y Agustín, que sois los mayores!

- ¡No te muevas, no te muevas! Repetía madre.

Subieron por la conejera, para ascender por el tejado de la cuadra. Cuando le tuvieron cogido, respiramos todos. Bajaron muy despacio, agarrándole entre los dos. La chimenea estaba y está en lo mas alto de la casa, junto al hastial, a menos de medio metro del vacío.

Con su cara entre sus manos, madre le decía : ¡Hijo! ¿Por qué te has subido al tejado? ¿ No sabes que te puedes caer y matarte? ¿Que querías ver a padre desde arriba?

Alfonso, risueño y feliz, no contestaba.

Pasa la cigüeña en vuelo, camino del campanario.