"El niño perdido" de Antonio Peral León

12.09.2022

Diciembre. Vuelvo a casa de mis padres. La única posesión que aún me queda, después de haber perdido todo lo que tenía. He perdido todo por mi mala cabeza.

He llegado esta mañana temprano, tras conducir toda la noche. La casa estaba helada, he encendido la chimenea con unos troncos de encina de la última poda que hizo mi padre. Aún recuerdo el manejo que tenía con el hacha.

Aún recuerdo también aquel olor a pollo asado a la pimienta que preparaba mi madre en Noche Buena. Nada que ver con este olor a moho que hay en la casa.

Hace ya un buen rato que salí de casa de mis padres dando vueltas sin ningún destino, sumergido en mis pensamientos. Hoy he decido poner punto y final a mi vida. Una vida carroñera, que tan solo ha sabido vivir a costa de los demás. He querido hacer una parada en el parque donde jugaba de niño y recordar aquellos momentos. Luego seguiré camino hacia el despeñadero, allí podré saltar desde lo alto al vacío.

Me he sentado en el banco donde me subía a jugar de pequeño.

Por inercia, saco un cigarrillo y me lo llevo a la boca, y decido prender el encendedor. En ese momento se me ha hecho ver un niño pequeño entre las plantas del parque. ¿Qué demonios hace un niño aquí solo y a esta hora? Habrá sido mi imaginación.

Vuelvo a intentar encender el cigarrillo y, de repente, veo otra vez la silueta de un pequeño.

Guardo el encendedor y el cigarrillo y, con la chaqueta en la mano, camino hacia el lugar donde me ha parecido verlo. No lo veo. Lo llamo, chico, niño ¿dónde estás? Sal de donde estés, hace mucho frío, tendrías que estar en casa. Callo para escuchar, pero sin respuesta. Detrás de uno de los árboles asoma una cabecita pequeña, de cabello rubio cano.

- ¿Qué haces aquí tan tarde? -le pregunto-. Sal no te haré daño, no puedes estar aquí con este frío.

Lleva pantalones cortos, algo inoportuno para las fechas que estamos, un baby de cuadritos blancos y azules y botas marrones con las punteras desgastadas. Le pongo mi chaqueta por encima, aunque las mangas le arrastran por el suelo. Nos miramos a los ojos. Noto parecido con alguien, que no logro recordar.

Me pregunto entre mí: ¡tan pequeño y no está asustado!. Es más, parece estar contento y risueño.

- Pequeño ¿qué haces aquí tan tarde, tú solo?

- No soy pequeño. He venido a verte, hace mucho tiempo que no vienes al parque. ¿Ya no te gusta jugar?

Para mis adentros respondo: Sí, me gusta; de hecho, ese es el motivo por el hoy estoy aquí. Mi decisión ha llegado a este punto, por el problema que tengo con los juegos de azar.

- Yo te conozco -dijo.

- ¿Eres hijo de algún amigo mío?, le pregunto.

- No, pero te conozco.

- Díme dónde vives para llevarte a casa, tus padres estarán buscándote. Y deja ya de preguntar tanto,
- ¿Tú también vas a casa?

- Yo no. Tengo cosas que hacer.

- Mi papá dice cuando llega la noche que mañana será otro día para hacer cosas.

- ¿Dónde vives? -me pregunta.

- Cerca. Venga, vamos a tu casa; tus padres estarán muy preocupados.

- Mis padres no están.

- ¿Te han dejado solo en casa y te has ido?. Vaya padres, que dejan solo a un niño tan pequeño.

- ¿Cómo te llamas?, sigue preguntando.

- Julio ¿y tú?

- Me llamo niño.

- ¿Niño?

- Si. Niño, en casa todos me llaman el niño. Niño come, Niño calla, dónde estás Niño. Yo soy Niño.

- ¿Cuántos años tienes, "Niño"?

- Cuatro ¿y tú?

- Algunos más.

- Ya llegamos a casa.

Caminando y mirando hacia "Niño" no di cuenta de por dónde habíamos ido ni dónde estábamos. Cuando levanté la cabeza me encontré en la puerta de la casa de mis padres y noté cómo "Niño" se escapaba de mi mano; miré y no estaba. Tan solo quedaba mi chaqueta tirada en el suelo.

El niño me había traído a casa.

••••••••••
Imagen: Obra de la pintora Rosa Salinero (Vitoria / Ciudad Real)