"La romantización del cigarrillo a media noche", de Denis Gil Vega

23.03.2019
Carlos dormía de la forma más extraña que hubiese visto en mi vida. Lo hacía tumbado hacia arriba, algo que nunca entendería porque a mí me presionaban las costillas contra la piel como si fuesen a rasgarla cuando lo intentaba, me daba dentera y por tanto era incapaz de hacerlo. Además se tapaba hasta la frente, a veces toda la cabeza y otras justo hasta el nacimiento del pelo; pero la cara por completo siempre. Lo cual se me hacía extraño porque bocarriba tiene que ser especialmente incómodo. Por si todo esto fuese poco dormía con las rodillas flexionadas, como si se dispusiese a coger impulso para saltar de la cama. 

Era una forma rara de dormir. Dejaba que yo le abrazase y en esas ocasiones estiraba el brazo para que yo me colocase ahí, pudiendo apoyar la cabeza en su hombro. Algunas veces me abrazaba él a mí, pero la mayoría dormía de esta forma que os cuento.

Cada vez que me desvelaba me quedaba mirándole un rato, sin ser capaz de entenderle. A veces era casi un juego: despertarme y echar un vistazo a mi lado para descubrir la nueva postura en la que se encontraba esa noche, fascinándome. 

Cuando le miraba así me daban ganas de encender un cigarrillo y fumar en la cama. No porque fumase, que no lo hago, sino por la imagen. Por estar solo, de noche, mirándole sin que él lo supiese, yo y el cigarrillo, como si eso demostrase al mundo que le estaba considerando, pensando sobre él de una forma que el mundo no se enteraría que lo hacía si no estuviese fumándome un pitillo. Nunca llegué a encenderlo. Era solo una imagen romántica y errónea en mi cabeza que quedaba relegada al mundo fantástico de las ignotas horas previas a la madrugada.

Dormía raro. Es decir, super raro. 

Eso era todo lo que pensaba.

En otro universo, en una novela donde los protagonistas fumen a altas horas de la noche para demostrar al lector que reflexionan sobre el mundo y sus órbitas en el universo, podría dejarle por dormir demasiado extraño. En esos momentos parecía casi como una opción, si se cumpliese el caso. Podría parecerme que solo los cadáveres dormían tan extraño, de forma tan incómoda que debería ser incompatible con el descanso en mi cabeza. En ese otro universo donde las relaciones a veces no funcionan por motivos superfluos y enrevesados que en realidad son lo más determinante. Como dejarse el bote de ketchup siempre abierto, tener algo entre los dientes o dormir en una posición extraña.

Sin embargo nunca lo hice. Ni fumar ni dejarle, daba igual cómo le descubriese la noche de turno al desvelarme. Me hubiese parecido algo cruel, vendido solo a una imagen e un espejo empañado que no llega a ser real de verdad. Dejarle por un motivo así. Sacrificar todo lo demás por un bote de ketchup o algo entre los dientes.

Todavía hoy en día me desvelo a veces, porque nunca he sido capaz de dormir bien, y en esos momentos me siento a leer, encendiendo la luz de la mesilla. Antes me tomo siempre un momento para espiarle y descubrir cuál es la forma rara en la que está hoy dormido. Después me siento, apoyándome contra el cabecero que a la larga me resiente la espalda y me convence de volver a intentar conciliar el sueño, y mantengo la luz lo más tenue posible para no despertarle. En esos momentos me pregunto si en la vida real existirá gente así, como en las novelas, que pueda dejar a alguien por un detalle como cómo duerme.