"La salamandra", de Begoña García Galarza

02.06.2019

Le despertó el olor a tierra mojada. Era fresco y delicioso pero muy raro a finales de julio. Como siempre, al levantarse, se asomó a la terraza. Las buganvillas goteaban el resto de lluvia de la noche. Ahora el sol relucía sin llegar a calentar, cosa poco frecuente en Marbella. 

Tuvo que ponerse la bata. Estaba destemplada. Una salamandra salió de entre la hiedra y se coló en su cuarto. 

No podía soportar esos bichos viscosos, silenciosos, traicioneros y agoreros de malos presagios.
Por la tarde había caído la niebla hasta la playa. El frío se le había metido dentro y, volviendo a casa, pidió a su marido que, por favor, le llevara cogida por el hombro. El lo hizo de modo automático y el frío se hizo mas intenso. Le miró buscando sus ojos pero el llevó su vista al frente y siguieron sin hablar hasta llegar a la puerta. Cuando subió a su habitación, vio la salamandra en el techo y se quedó petrificada. Le pidió que la sacara de allí y volvió a la cocina a preparar la cena. 

Observó que él no había cogido la escoba para espantar al bicho diabólico y se preguntó cómo lo haría. 

- Ya está, chata, ya se ha ido.
 Cenaron mientras él miraba su móvil sin parar.
-Chico, descansa un poco 
- Es trabajo, cariño. Ponme una copa, anda.
 Desde la cocina, preparando el gintónic, le vio sonreír mientras escribía algo.
 Él se tomó la copa y se fue a la cama, a la habitación de al lado, para no molestarla porque sabía que roncaba cuando bebía.
 Ella se fue a la suya, a la que antes fue de los dos. Se acostó mirando al techo, y apagó la luz.
 Le costó dormir. Un escalofrío intermitente que no entendía le atacaba la espalda. Esa madrugada se despertó llorando con congoja. 

Aguantó en la cama para no levantarse tan pronto, con la esperanza de volver a dormirse. No pudo. 
Cansada, agotada de llorar sin entenderlo, encendió la luz para levantarse. 
En el techo, justo sobre ella, la salamandra le miraba desafiante. Entonces supo que su marido le estaba mintiendo.