"Safo" de Antonio Aguilera Muñoz

08.12.2020

Parece ser que Safo me ha abandonado. La calificada por Platón como décima musa, no atiende a mis súplicas. Mi pluma no osa mancillar la nívea tersura del folio en blanco. No tardará mucho en alborear el día y tomo una decisión. Abandono en el escritorio los útiles, hoy más bien, inútiles de escritura y parto a recorrer Madrid. Me reciben las calles asombradas por mi intromisión que rompe la paz que gozan a estas horas. Una gata me adelanta con parsimonia en mi lento deambular. Es negra y lustrosa. Unos metros más allá, se detiene y vuelve su mirada de ojos brillantes hacia mi, como si quisiera guiar mis pasos. Nunca fui supersticioso y, lejos de preocuparme, decido seguirla y me lleva a visitar algunos rincones del Madrid secreto. Me lleva hasta la antigua plaza del Salvador, hoy de la Villa y, dando la espalda a las casas de los hermanos Luján, se sienta y me mira a los ojos. Al principio no entiendo lo que pretende pero, un momento después, viene a mi memoria Beatriz Galindo y su esposo Francisco Ramírez, descansando sus restos en una de las casas. Sé de sobra que ya no están ahí pues, a día de hoy, se encuentran en el museo de San Isidro y comprendo que me lleva a conocer el pasado de tantas piedras con historia. Así, escucho a mi espalda los lamentos de los presos de la cárcel de la Villa y rumores de un Francisco I humillado por nuestro rey Carlos V, historias y leyendas de guardias de corps, casas con cruz de palo y fantasmas de palacios. La gata vuelve a emprender camino y me lleva a una recoleta plaza. Con el sonido de cánticos religiosos de fondo, escucho una tremenda algarabía. Vuelvo los ojos y encuentro a una mujer siendo detenida por dos corchetes y a una multitud jaleándole desprecios. Le acusan de vender biblias endemoniadas forradas con piel de niños difuntos. Desaparece la multitud y veo al frente dos efigies de salvajes que ornamentan el balcón de una casona. Más que ornamentar, dan miedo y comprendo que me hallo en la plaza del Conde de Miranda pero en otra época. No puedo creer lo que ven y han visto mis ojos y, de repente, vuelvo al presente cuando escucho una voz angelical que dice...Safo querida, que susto me has dado, no vuelvas a escaparte. La gata viaja en brazos de una grácil silueta femenina, mientras vuelve sus ojos para despedirse de mi. Ya rasga el sol las tinieblas de la noche y vuelvo a casa. En el escritorio, el folio en blanco ha trocado en estas líneas.